sábado, 27 de julio de 2013

Dulce compañía...


Ángel de la guarda
dulce compañía
no me desampares
ni de noche,
ni de día…
Anoche vino a visitarme un ángel. No es la primera vez que lo hace. Vino a salvarme de los hombres que querían arrancarme la piel de los brazos. Convirtieron el vello que los cubre en esponja de aluminio y se rascaban con ellos sus caras inmundas. Mi ángel apareció, rubia, sonriente y me devolvió la suavidad que me robaron. Supe que era una niña, una niña ángel, lo supe antes, ahora tengo la certeza.

No es el primer ángel de mi vida, pero sí el primero que viene a visitarme. Son tres en total, ella es la única que aparece. Quizá porque es la única que yo misma expulsé. Aparece y aparece y me salva de las torturas a las que quieren someterme esos que dicen que todo lo saben.

Todos dicen, mi psicóloga incluida, que no estoy loca. Yo sé que tienen miedo de mi locura. Porque es absolutamente funcional. Entonces pone en duda también su idea de “salud mental”. Y porque si yo misma me declaro insana entonces dejo de protegerlos.

Los protejo a todos, soy guardiana de las llaves y las cosas de este mundo. Y la directora de la orquesta. Sin mí nada funcionaría correctamente. Me dicen que no me dejo ayudar ni acepto consejos. Se equivocan, es que sé que si tiro la toalla todo se va al carajo. Mi ángel también lo sabe y por eso me cuida. Para que todo se mantenga en su lugar.


Los dos primeros ángeles se fueron por voluntad propia. Y no volvieron jamás. A mi tercer ángel le escupí la cara. No quería hacerlo o tal vez sí. Yo digo que me vi obligada por las circunstancias.

La doctora amiga de una amiga dijo que si tomaba esa pastilla, una en la boca, otra en la vagina, el ángel se iría. Escribió el nombre en un papel y lo dobló. Me dijo que no lo hiciera si no estaba segura. Antes quiso saber si era verdad que yo tenía un ángel conmigo. Entonces metió un aparato frío entre mis piernas y empezó a hurgar, buscando. Y cuando lo encontró anunció que el ángel no latía o que no lo veía latir porque era muy pequeño.

Quiso que esperara un poco, yo contesté que sí y me fui dispuesta a expulsarlo ese mismo domingo. La amiga de la doctora, mi amiga, trató de convencerme que lo mejor era que el ángel se fuera solo, porque seguro se iría. Y con él se iría la culpa. No entienden que no quise esperar porque la culpa, mi culpa, mi gran culpa, es lo que hace que ahora mi ángel venga a visitarme. Y a salvarme  de las torturas a las que quieren someterme esos que dicen que todo lo saben.


Si la culpa desaparece, desaparece mi ángel rubio y sonriente. Y eso sería intolerable. La culpa y no yo, es la culpa lo que mantiene todo como debe ser. Porque yo no soy todo poderosa, ni tengo una gran energía, ni siquiera soy inteligente, ni sensible, ni trabajadora, ni buena madre, buena amiga, buena compañera. Es mi gran culpa la que hace que parezca ser todo esto. O que crea parecerlo o que haga todo por parecerlo. Ser, parecer, ser. Es todo lo mismo.
             
Los ángeles viven entre las nubes y entre los sueños. Lo saben quiénes tienen un ángel que los cuida. A veces se disfrazan, se ponen un traje de piel, con pies y manos y rostros y se hacen llamar hijos, padres, esposos, amigos, compañeros. Entonces las cosas de este mundo, aquí por debajo de las nubes, cobran sentido. Otras se van o se quedan en sus alturas, viendo sin ser vistos y los que estamos debajo de las nubes, ni vemos, ni oímos, ni tocamos a los ángeles. Sólo a veces, muy de vez en cuando, los sentimos con otro sentido que no nos sirve ni para la música, ni para saborear un durazno, ni para erizar la piel, es un sentido más allá de todo sentido y sin sentido.
Esta noche vendrá a visitarme otra vez, lo supe al atardecer, cuando el cerro se iluminó de un rosa intenso y el aire se hizo helado. La espero, traerá nuevas respuestas. Traerá mi paz colgada de sus ojos color miel.

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