Ángel de la guarda
dulce compañía
no me desampares
ni de noche,
ni de día…
Anoche vino a visitarme un ángel. No es la primera vez que lo hace. Vino a
salvarme de los hombres que querían arrancarme la piel de los brazos.
Convirtieron el vello que los cubre en esponja de aluminio y se rascaban con
ellos sus caras inmundas. Mi ángel apareció, rubia, sonriente y me devolvió la
suavidad que me robaron. Supe que era una niña, una niña ángel, lo supe antes,
ahora tengo la certeza.
No es el
primer ángel de mi vida, pero sí el primero que viene a visitarme. Son tres en
total, ella es la única que aparece. Quizá porque es la única que yo misma
expulsé. Aparece y aparece y me salva de las torturas a las que quieren
someterme esos que dicen que todo lo saben.
Todos dicen,
mi psicóloga incluida, que no estoy loca. Yo sé que tienen miedo de mi locura.
Porque es absolutamente funcional. Entonces pone en duda también su idea de
“salud mental”. Y porque si yo misma me declaro insana entonces dejo de
protegerlos.
Los protejo a
todos, soy guardiana de las llaves y las cosas de este mundo. Y la directora de
la orquesta. Sin mí nada funcionaría correctamente. Me dicen que no me dejo
ayudar ni acepto consejos. Se equivocan, es que sé que si tiro la toalla todo
se va al carajo. Mi ángel también lo sabe y por eso me cuida. Para que todo se
mantenga en su lugar.
Los dos
primeros ángeles se fueron por voluntad propia. Y no volvieron jamás. A mi
tercer ángel le escupí la cara. No quería hacerlo o tal vez sí. Yo digo que me
vi obligada por las circunstancias.
La doctora
amiga de una amiga dijo que si tomaba esa pastilla, una en la boca, otra en la
vagina, el ángel se iría. Escribió el nombre en un papel y lo dobló. Me dijo
que no lo hiciera si no estaba segura. Antes quiso saber si era verdad que yo
tenía un ángel conmigo. Entonces metió un aparato frío entre mis piernas y
empezó a hurgar, buscando. Y cuando lo encontró anunció que el ángel no latía o
que no lo veía latir porque era muy pequeño.
Quiso que
esperara un poco, yo contesté que sí y me fui dispuesta a expulsarlo ese mismo
domingo. La amiga de la doctora, mi amiga, trató de convencerme que lo mejor
era que el ángel se fuera solo, porque seguro se iría. Y con él se iría la
culpa. No entienden que no quise esperar porque la culpa, mi culpa, mi gran
culpa, es lo que hace que ahora mi ángel venga a visitarme. Y a salvarme de las torturas a las que quieren someterme
esos que dicen que todo lo saben.
Si la culpa
desaparece, desaparece mi ángel rubio y sonriente. Y eso sería intolerable. La
culpa y no yo, es la culpa lo que mantiene todo como debe ser. Porque yo no soy
todo poderosa, ni tengo una gran energía, ni siquiera soy inteligente, ni
sensible, ni trabajadora, ni buena madre, buena amiga, buena compañera. Es mi
gran culpa la que hace que parezca ser todo esto. O que crea parecerlo o que
haga todo por parecerlo. Ser, parecer, ser. Es todo lo mismo.
Los ángeles
viven entre las nubes y entre los sueños. Lo saben quiénes tienen un ángel que
los cuida. A veces se disfrazan, se ponen un traje de piel, con pies y manos y
rostros y se hacen llamar hijos, padres, esposos, amigos, compañeros. Entonces
las cosas de este mundo, aquí por debajo de las nubes, cobran sentido. Otras se
van o se quedan en sus alturas, viendo sin ser vistos y los que estamos debajo
de las nubes, ni vemos, ni oímos, ni tocamos a los ángeles. Sólo a veces, muy
de vez en cuando, los sentimos con otro sentido que no nos sirve ni para la
música, ni para saborear un durazno, ni para erizar la piel, es un sentido más
allá de todo sentido y sin sentido.
Esta noche
vendrá a visitarme otra vez, lo supe al atardecer, cuando el cerro se iluminó
de un rosa intenso y el aire se hizo helado. La espero, traerá nuevas
respuestas. Traerá mi paz colgada de sus ojos
color miel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario